MManuelita Saenz

  MUJERES LIBRES MÁS ALLA DE SU TIEMPO MUJERES UNICAS, CREATIVAS, PERSISTENTES, DETERMINADAS

  Por: Carmen Escalante. Puglia-Italia


“Que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos someta. Que la libertad sea nuestra propia sustancia"…. Simone de Beauvoir

A través de la historia encontramos mujeres que han vivido más allá de las limitaciones de su época, clase social o rango. No necesariamente científicas, escritoras, o aviadoras, las mujeres que presentamos en este segmento, son mujeres que aportaron a la sociedad desde su espacio, mujeres con una gran fuerza interior, libres, conscientes del valor de ser mujer, que se rebelaron contra los cánones de su época. Es esa luz que permitió a una mujer como Manuelita Sáenz vivir con toda pasión, sabiendo que tenía un papel trascendental en la historia.

MANUELITA SÁENZ

Manuelita Sáenz, la libertadora del Libertador, fue una mujer que se vinculó a la lucha por la libertad de un continente en un momento histórico donde el sometimiento de la mujer estaba naturalizado. Nació a inicios del 1797, en Quito, hija de Doña Joaquina, patriota consumada y Don Simón Sáenz hombre leal al Rey, en una época donde todo se esperaba de una hija, menos que creciera libre, independiente, capaz de contribuir a un periodo clave de la historia de Latinoamérica. La lucha por la igualdad de las mujeres ha entrado quizás en su fase más álgida. No es cierto que los casos de feminicidio siempre tuvieron las cifras escandalosas que han adquirido en prácticamente todos los países y que la razón que explica esa explosión es que era una realidad que estaba oculta. La sujeción absoluta a sus parejas, la completa sumisión a los designios de sus maridos, novios o padres, la aceptación de su papel de total subordinación y confinamiento en los estrechos límites de lo doméstico, fue el precio demasiado alto con que las mujeres, siempre bajo la amenaza y el maltrato, conservaron su vida. En consecuencia, el feminicidio, que a la luz de las estadísticas representa sin lugar a dudas un fenómeno de violencia generalizada, es resultado doloroso de la lucha por los derechos humanos y civiles de mujeres que han pagado con su vida el ejercicio de su autonomía y de la libertad sobre sus cuerpos y su existencia. Si hablamos del momento actual en contraste con aquella época respecto de la violencia de género, no estamos tan seguros en poder decir que han cambiado los tiempos, seguramente sí, pero de manera negativa, pues en 1800 las mujeres eran menos expuestas al odio de venganza; parecían menos peligrosas, eran educadas para dedicarse a sus hogares. Manuelita fue una transgresora que sobresalió por su valor, educación, autonomía y compromiso con una causa social y humana.

Cuando escribe en su diario: “aunque mi padre se opone, igual que mi marido…no me queda más que hacer mi voluntad, que es más fuerte que yo”, ya sabe que no tiene otro camino que aceptar lo que comanda su corazón, luchar por la libertad de su pueblo, cosa que sucede aun antes de conocer al Libertador; ya estaba determinado en su ser entregarse a la lucha por la causa patriota. Allí, en Catahuamgo, en las cercanías del Pueblito de Chillogallo, comienzan a trazarse de forma indeleble los más particulares rasgos de su carácter: firmeza, carisma, humor, su sentido de libertad, gusto por la aventura, por lo mundano, desenvoltura y sensualidad, rasgos que se afirman cuando regresa a Quito y se forma en el convento de Santa Catalina –uno de los más pervertidos y escandalosos- donde no solo aprende las labores normales de las mujeres de la época como bordados, cocina y reglas de buen comportamiento, sino donde también se instruye todos los juegos de seducción y el placer, y perfecciona su lectura y escritura, dos atributos que le ayudan a conocer más del mundo y de sí. La lectura del diario de Manuelita nos da las razones del porqué es tan contemporánea: desde muy joven había transitado un mundo de aventuras de amor y de guerra, y decidió vivir de manera plena y libre su sexualidad, sus pasiones, su lucha por la libertad, consciente de los riesgos de entregarse a una causa como parte de sus principios de humanidad. Al volver la mirada a la lucha emancipadora del sistema colonial, es importante constatar que, si bien la participación y aporte de la mujer fue sustancial en los mismos albores del proceso que llevó a la etapa republicana del conjunto de las naciones latinoamericanas, las condiciones de desigualdad de la mujer plantean la enorme vigencia de los idearios y ejemplos de vida de mujeres como Manuelita Sáenz y de un legado que aún está por recoger.

Es en ese contexto en que, al mirar la historia, con sorpresa nos encontramos que en Francia, en 1909 una organización feminista francesa (La Unión Francesa para el Sufragio de las Mujeres) luchó por el derecho de las mujeres a votar, derecho que finalmente se otorgó hasta 1945. Así mismo, en España el sufragio femenino se dio en la Constitución de 1931 de la Segunda República, y aunque las elecciones a las Cortes Constituyentes de junio de 1931, que se realizaron por sufragio universal masculino, a las mujeres se les reconoció solo el derecho al sufragio pasivo. Las concepciones ideológicas, filosóficas y culturales que sustentan las políticas de discriminación hacia la mujer, que si bien son muy difíciles de suscribir en la actualidad persisten aún, son manifestadas con enorme crudeza por Roberto Novoa Santos, médico y parlamentario de la época: “¿Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos títulos y los mismos derechos políticos que al hombre? ¿Son por ventura ecuación? ¿Son organismos igualmente capacitados? (...) La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación. (...) Es posible o seguro que hoy la mujer española, lo mismo la mujer campesina que la mujer urbana, está bajo la presión de las Instituciones religiosas; (...) Y yo pregunto: ¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás. Y es que a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica. Por eso y creo que, en cierto modo, no le faltaba razón a mi amigo D. Basilio Álvarez al afirmar que se haría del histerismo ley. El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer. Y yo pregunto: ¿en qué despeñadero nos hubiéramos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer? (...) ¿Nos sumergiríamos en el nuevo régimen electoral, expuestos los hombres a ser gobernados en un nuevo régimen matriarcal…”

No obstante, el proceso del reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres fue desigual, y causa sorpresa el hecho de que el sufragio femenino fuera garantizado en la Constitución de 1929 de Ecuador, convirtiendo a ese país en el primero de América Latina en dar a las mujeres el derecho al voto. Cien años después del nacimiento de Manuelita Sáenz, la Constitución de 1897, elaborada por una Asamblea marcadamente liberal, retiró toda referencia al género en lo que respecta al acceso a la ciudadanía, además de haber puesto énfasis en mejorar la condición de las mujeres en la sociedad. El diario de debates de la Asamblea incluye la siguiente anotación, fechada 3 de junio de 1897: "En los primeros días de la convención se ha hecho mucho por mejorar la condición de la mujer al habérsele concedido derechos de ciudadanía, quedando en aptitud de ejercer cualquier cargo público, inclusive el de ministro de estado". Sin embargo, aunque en teoría las mujeres contaban con todos los derechos de ciudadanía, era comúnmente aceptado en la época que su ejercicio podía ser restringido en el ámbito electoral. Y si la participación electoral es uno de los indicadores del desarrollo democrático de una sociedad, es significativo observar cómo en las elecciones generales de 2017 en Ecuador el número de mujeres votantes alcanzó 5.427.261 mientras que los hombres fueron 5.206.173. Nace una nueva pregunta al observar los acontecimientos vividos en nuestras sociedades, las conquistas jurídicas han ido siempre pasos adelante los derechos de igualdad de género permitidos por las constituciones en cuanto a los derechos que ejercemos en la cotidianidad, pero tales logros quedan en el papel impreso de las constituciones y leyes sin ser ejercidos, son letra muerta frente a una realidad que mantiene la sumisión, el empoderamiento del hombre y el irrespeto a la mujer. Otra mujer de admirar es Matilde Hidalgo, conocida por haber sido la primera mujer ecuatoriana en haber completado sus estudios secundarios y la primera médica (graduada en 1921 en la Universidad Central del Ecuador), quien intentó inscribirse para votar en las elecciones, pero los funcionarios encargados lo impidieron por su condición de género. Hidalgo realizó su solicitud usando como argumento el texto de la Constitución de 1897, que no contenía restricciones en cuanto a género para gozar de derechos como ciudadana, con lo que afirmó la posición de las mujeres como parte de la sociedad y la posibilidad que les otorgaba la ley en casos puntuales de ser las guardianas del patrimonio familiar. Con todas las herramientas que le daba la misma Constitución pudo demostrar que el ejercicio del voto de las mujeres elevaría el espíritu público del país y que tal vez se desempeñarían mejor que los hombres en las obligaciones cívicas. Finalmente, se le dio la razón y pudo votar en las elecciones del 10 de mayo de 1924, siendo Matilde Hidalgo, la primera mujer de América Latina que ejerció sus derechos políticos en una elección nacional. Cabe recalcar que ya 100 años antes Manuelita Sáenz es pionera en esa lucha, consciente de su superioridad de ejercer un derecho como mujer que solo un siglo más tarde comenzaría a ser aceptado.